(La Nueva España)
Tras más de una década de labor médica peleando en la India contra el VIH, tuberculosis y enfermedades infecciosas, el facultativo Gerardo Álvarez-Uría Miyares (Gijón, 1975) ocupa ahora una de las primeras líneas de batalla contra el coronavirus, cuya pandemia lleva ya semanas cebándose con el gigante asiático. Actual director del Hospital de Enfermedades Infecciosas de la Fundación Vicente Ferrer en Bathalapalli, lleva vinculado a este complejo sanitario desde 2009, cuando la fundación lo fichó como coordinador del programa de VIH y Tuberculosis del grupo. De carácter afable, poco dado a los alardes y firme defensor de los animales, este gijonés es, al otro lado del globo, una figura clave para el sistema sanitario indio.
Para hablar de Álvarez-Uría y de su labor en India hay que hablar de Ketty Arce, su esposa. Trabaja en el mismo complejo hospitalario, en el área de Urgencias. Por las especialidades de ambos, el matrimonio ha formado en Bathalapalli un tándem idóneo contra el virus. Se conocieron en Barcelona, cuando el gijonés trabajaba como internista y Arce, ecuatoriana afincada desde hace años en España, comenzaba su residencia como médico de familia. Álvarez-Uría era su adjunto, así que trabajaban de forma estrecha. Era finales de 2008 y, a los pocos meses, en abril del año siguiente, al facultativo le surgió la oportunidad de colaborar con la Fundación Vicente Ferrer.
El gijonés parecía casi destinado a desarrollar su carrera en este ámbito. Ya había manifestado en muchas ocasiones su interés de colaborar en la lucha contra el VIH y enfermedades infecciosas en algún país desfavorecido, y por un contacto en común acabó conociendo a Ferrán Aguiló, actual coordinador sanitario de la fundación citada. Buscaban a alguien experto que pudiese poner en marcha y protocolizar los departamentos de enfermedades infecciosas y VIH. “Gerardo tenía el perfil perfecto”, aseguran desde la fundación. Arce, que para entonces ya era pareja del médico, apoyó su decisión sin dudarlo, aunque ambos suponían que el viaje a la India del gijonés sería una aventura temporal, cosa de unos meses. Se subieron a la ola de la relación a distancia, cuadraban sus vacaciones para poder subirse a un avión y verse algunos días, y hablaban de forma constante por teléfono.
La pandemia vino a ponerlo todo patas arriba, dejando al gijonés como uno de los principales expertos del país en esta materia por sus nociones sobre infecciones. Su protocolo de actuación contra el covid-19, de hecho, ya ha sido implantado en otros hospitales de la zona, según explica su entorno. “El Gobierno de la India nos ha tomado como referencia. Por ejemplo, en el tratamiento del VIH con antirretrovirales de primera generación, el gobierno suele dispensarlos de forma gratuita en hospitales, y a nosotros también, pero en nuestro caso, por el prestigio de Gerardo, también se nos da gratis los de segunda generación. Pocos hospitales lo han conseguido”, señalan desde la fundación, que reconocen entre bromas que el gijonés se ha vuelto una pieza vital: “En algún momento le tendrá que salir una oferta genial y podrá volverse a España. Cuando eso pase en Vicente Ferrer vamos a tener un problema muy serio. Gerardo forma parte de ese conjunto de personas en el mundo que no son conocidos, pero que hacen un trabajo impresionante, en silencio”.
Reservado y altruista, la otra gran pasión del médico gijonés son los animales. “Scotta” es, según sus allegados, “su hija perruna”. Tiene nueve años. Junto a Arce, el matrimonio suma tres perros y siete gatos, todos adoptados y recogidos de la calle. De adolescente hizo sus pinitos en el rugby y hasta su marcha trataba de nadar en San Lorenzo siempre que podía. Ahora, en la India, se ha aficionado al bádminton, y juega con vecinos locales en sus días de descanso. Mantiene también su amor por la naturaleza, heredado de aquellos baños fríos en el Cantábrico. Aprovecha cualquier descanso para irse con Arce a hacer senderismo. Y, aunque por la situación sanitaria no pueda hacerlo con tanta frecuencia como le gustaría, también regresa periódicamente a Gijón, donde sus padres aún residen en su casa natal, en Somió.
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