Noticias / Pedro Pérez Fernández (p 1955) nos relata sus memorias (1)
Fue presidente de Indasa, vicepresidente de la patronal del metal, Femetal, de la Federación Asturiana de Empresarios (FADE) y de la Cámara de Comercio de Gijón. Estuvo al frente de la asociación española de industrias auxiliares del naval.
Esta Noticia fue editada el: 24-08-2021

Pedro Pérez Fernández (p 1955) nos relata sus memorias (1) max-width=

Pedro Pérez Fernández está jubilado desde 2003, aunque sigue ocupado como miembro del consejo de administración de la empresa de uno de sus hijos. Desde crío sabía que le gustaban los negocios, y a eso dedicó su vida. Fue presidente de Indasa, vicepresidente de la patronal del metal, Femetal, de la Federación Asturiana de Empresarios (FADE) y de la Cámara de Comercio de Gijón. Estuvo al frente de la asociación española de industrias auxiliares del naval. Nació en Boal, se crio en Gijón y se afincó en Oviedo, donde conoció a su esposa, Carmen Ríu Mora, con la que tuvo seis hijos. Tiene dieciocho nietos.

En resumen

“Nací en Boal el 19 de mayo de 1938. Estudié Bachillerato en el colegio de los Jesuitas de Gijón y posteriormente Químicas en la Universidad de Oviedo, ciudad en la que resido desde hace años. En 1975, junto a los hermanos Vidal, adquirimos Industrial de Acabados Sociedad Anónima (Indasa). Me empiezo a relacionar con el transporte marítimo, la construcción y reparación de buques. Vendí mi parte y me jubilé en 2003. Fui vicepresidente de Femetal y FADE, también de la Cámara de Comercio de Gijón. Fui presidente de la Asociación Nacional de la Industria Auxiliar Marítima, cargo que también dejé con la jubilación”.

Una infancia feliz

“Fui muy feliz en mi niñez, tanto en Boal como en Gijón. Boal era un pueblo ganadero, que tenía una mina de wolframio que nos daba carácter, una impronta que nos ponía en el mapa. Estaba en plena explotación, el wolframio se llevaba a Ribadeo, donde se cargaba para Alemania. Era un pueblo de emigrantes. Yo también pude haberlo sido, mis familiares lo fueron y yo me siento muy orgulloso de eso. Mi madre, María Teresa Fernández Jardón, nació en Cuba y vino a España de muy jovencita. Mi padre, Manuel Pérez Fernández, era el médico del pueblo. Tengo muy pocos recuerdos suyos, murió cuando yo tenía 10 años. Él era de Boal y estudió en Valladolid. El primer viaje que hizo a Valladolid tuvo que ir en coche de caballos hasta La Espina para allí coger el Alsa. Estudió en Valladolid siete años y luego regresó como médico a Boal. Siempre destaco que había mucho universitario en esa zona del Occidente asturiano, que era un lugar apartado y no rico precisamente. Era una zona que no salía en los periódicos, solo tenía la minería y, claro, esa mina no salía en los periódicos. Boal era un pueblo pequeño, de montaña ahí arriba, y había universitarios, pero también en Navia, en Tapia o en Ribadeo. Estoy seguro de que era por un colegio que había en Tapia, creo recordar que era de los Agustinos. De alguna forma crearon una necesidad de formación en aquellas personas de los pueblos que tenían posibilidades de mandar a los hijos a estudiar. Como decía, nos fuimos de Boal a los 10 años, a Gijón. Éramos tres hermanos y mi madre siempre quiso que los tres fuéramos licenciados”.

Los balones en Gijón

“Somos tres hermanos. El mayor es Norberto, que es abogado, y la pequeña, María Teresa, estudió Filosofía y Letras y fue catedrática de instituto en Avilés durante muchos años. La llegada a Gijón fue traumática para nosotros como niños. Veníamos de una zona rural, de jugar en la calle con una pelota de trapo porque no había balones. Al llegar al colegio de la Inmaculada mi hermano y yo nos preguntamos cómo era posible que hubiese tantos balones de fútbol en aquel patio. Norberto y yo estudiamos con los Jesuitas, yo tengo muy buen recuerdo, fui muy feliz en el colegio. Vivíamos en un piso que había alquilado mi madre. El dinero procedía de la pensión de viudedad y de que mi madre daba clases de piano. Todos los emigrantes querían que sus hijas estudiasen piano y mi madre era profesora. Todavía conservo el piano, estoy buscando a alguien para afinarlo y reconstruir algún martillo. Eran principios de los años 50 y en Gijón aún quedaban recuerdos de la guerra. No en balde el colegio estaba en el cuartel de Simancas, donde aquello de ‘El enemigo está dentro, disparen contra nosotros’. Eso evidentemente lo teníamos presente con frecuencia, y los curas se ocupaban de que así fuera. Gijón era una ciudad industrial de clase media, muy acogedora. Los vecinos aún se hablaban por las escaleras y por las ventanas, ahora ya no queda nada de eso. Eso sí, estábamos siempre añorando las vacaciones para volver al pueblo. Lógicamente lo que no me sorprendió de Gijón fue el mar. Mis abuelos, los que se fueron a Cuba, eran de Ortiguera, donde yo tengo ahora la casa. Todavía el otro día vi delfines pasando por el cabo. La mar formaba parte de nuestra vida desde niños”.

Estudios de Químicas en Oviedo

Siempre tuve una tendencia a los negocios. No es que un día lo meditase y pensase qué iba a ser de mi vida, pero siempre pensé que tenía tendencia a los negocios. En realidad yo quería estudiar Medicina, pero mi madre no tenía dinero para mandarme a Valladolid, la explicación es así de simple, no podía pagarme la carrera. Así que nos trasladamos a Oviedo al acabar en Bachiller y estudié Químicas. Mi hermana entró a estudiar a las Teresianas y luego se fue a un colegio de huérfanos de médicos en Madrid, eso le dio una pátina especial en su formación. Cuando estudiaba Químicas, don Silo Rivas, un catedrático de la Facultad, me consiguió un puestín en los laboratorios centrales de Ensidesa, que estaban dirigidos por Buylla. Y allí estaba yo analizando carbón. Llegué a Oviedo con 18 años, aquí me casé y aquí sigo viviendo. En realidad me casé en Nava, que la familia de mi mujer es de allí, hace más de 50 años, pero a ella la conocí en Oviedo y es lo mejor que me ha podido pasar en la vida”.

Los primeros negocios

“Trabajé para los alemanes, para Krupp, que estaban construyendo el tren de laminación de Uninsa. Ahí ya empecé a coger bagaje de cultura empresarial. Llegué ahí por los conocimientos que había adquirido en Ensidesa. Creamos una empresa auxiliar que duró dos o tres años para la construcción de Uninsa. Trabajábamos para evitar tensiones del tren en la unión de los cementos. En España no había ninguna técnica para hacer eso, pero sí en Alemania. Krupp trabajaba casi todo con empresas alemanas, pero nosotros trabajamos con ellos. Éramos una empresa auxiliar de la construcción pero en aquel momento ya nos estábamos especializando, intentábamos salirnos de lo normal. Inmediatamente nos metimos en el sector naval de hoz y coz”.

La mar y los buques

“Mis socios eran de Puerto de Vega y yo tengo casa en Navia. Una vez al mes quedábamos los amigos de la zona a tomar un café en Avilés. Yo iba desde Oviedo. Ellos trabajaban en Ensidesa y ya empezaba a dar bajones. Yo dije que el sector que más me gustaba era el naval, entonces le compramos la empresa Indasa a un amigo y ahí ya estábamos en el naval. En Astilleros del Cantábrico y Riera había un ingeniero naval que se apellidaba Avello y que era un avanzado a su tiempo. Hizo el primer barco químico de España. Nos llamó y aprendí muchísimo con él. Ahí se unieron mis conocimientos de química de la carrera con esa faceta de los negocios que me tiraba de siempre y con el sector naval. Me preguntó si me atrevía a hacer el revestimiento interior de los depósitos de aquel quimiquero y dije que sí. Desde ese momento tuvimos una actitud que fue la filosofía de la empresa, y que si hemos tenido algún éxito fue por eso. Empezamos a hacer un revestimiento especial para barcos químicos, para el transporte de productos agresivos. Creo que aquel primer barco era para Cepsa y dio muy buen resultado. Al principio hacíamos muy poquitos, pero fue creciendo e incluso compramos algo de maquinaria. Aquello requería una gran inversión en máquinas y hombres. En este punto tengo que decir que estoy muy agradecido a la zona de Occidente. Con la reconversión industrial de aquellos primeros años 70, muchos abandonaron el campo. En las casas de los pueblos solo podía quedar el mayorazgo porque para dos ya no daba, el segundo tenía que irse a Gijón o a donde fuera. Esa gente tuvo una gran capacidad de adaptarse, algo que no era fácil. Aquel primer quimiquero creo que lo hicimos en 1972. La verdad es que no tengo muy claras las fechas, en aquella etapa no existían los días ni los años porque siempre estaba trabajando. Empezamos a tener éxito con la empresa, con aquel revestimiento para transporte de químicos. Pero éramos una empresa auxiliar del naval y llegó la crisis que quebró el sector entre 1978 y 1979. Entonces, y aunque no quiero ser protagonista de nada, cojo un maletín con la documentación de nuestros productos y me voy a Madrid. Pregunté qué empresa era la que más transporte de productos químicos por mar hacía de España. Era Campsa. Tuve la suerte de que conocía a un químico que trabajaba en Campsa. Era un gallego y no recuerdo si lo había conocido en la Facultad o ya cuando habíamos empezado con los barcos. La cuestión es que él trabajaba allí y me consiguió abrir alguna puerta. Para mí no existen las puertas, y menos si están cerradas. La cuestión es que me planté en Campsa y les dije lo que hacíamos. Tuvieron confianza en nosotros y nos dieron trabajo. Trabajamos con ellos hasta que desapareció la empresa. Ahí fue cuando ya empezamos a mover el personal y a comprar maquinaria”.

Fuente: La Nueva España

 

Foto Angel