Noticias / Resumen del homenaje a Chema Cabezudo (p.1971)
Esta Noticia fue editada el: 25-05-2015

Resumen del homenaje a Chema Cabezudo (p.1971) max-width=

El pasado 15 de mayo, en un acto promovido por la Plataforma Apostólica de la Compañía de Jesús en Asturias, se celebró un homenaje al que fuera presidente de nuestra Asociación José María Cabezudo (p.1971), recientemente fallecido.

Reproducimos a continuación el texto de las intervenciones de Luis Antuña Maese "Chema Cabezudo, ciudadano", Javier Gómez Cuesta "Chema Cabezudo, creyente", e Ignacio Menéndez Fernández (p.1982) "Chema Cabezudo, laico ignaciano".

También recogemos en esta noticia un resumen de prensa en el que se incluye la columna que Alfonso Peláez (p.1971) le dedicó en La Nueva España, así como los artículos publicados posteriormente en el mismo diario y en El Comercio.

Además, como testimonio fotográfico, incluimos las fotografías tomadas por Juan Ignacio Rodríguez Carrasco (p.1960) durante el emotivo acto.

 

Chema Cabezudo, ciudadano

Luis Antuña Maese

Rebuscando en las hemerotecas de la prensa local me encontré con que la segunda página de la Hoja de Lunes de Gijón del 18 de octubre de 1954, daba cuenta bajo el título de Sociedad de la siguiente información: “ha dado a luz un hermoso niño la distinguida esposa de nuestro querido amigo don Diego Cabezudo García. Tanto la madre como el recién nacido, se encuentran en perfecto estado de salud. Reciban los felices padres el testimonio de nuestras cordiales felicitaciones.”

Es la primera referencia pública de Chema.

Como muchos conocéis, José María Cabezudo Fernández nació en Gijón el 17 de octubre de 1954, domingo para más señas. Día soleado, recogen las crónicas y en el que la procesión del Niño de Jesús de Praga, que había salido de los Carmelitas a las 4 de la tarde, pasó por su casa, cerca de aquí, en esta calle de Hermanos Felgueroso. El Sporting empató a 1 en el Molinón frente al Felguera, con goles de Pepe Ortiz y Larrabeitia. Como veis, un domingo de futbol y paseo daba la bienvenida a Chema.

No fue lejos de su domicilio en busca de sus primeros estudios e ingresa en este Colegio de la Inmaculada con 6 años. En él cursará la preparatoria media, el ingreso, el bachiller y el curso preuniversitario (el último que hubo) formando parte de la promoción de 1971. Hace la carrera de arquitecto con la especialidad en urbanismo en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Sevilla (1978) y los cursos de doctorado en la Escuela de La Coruña.

En el ejercicio de su profesión de arquitecto, distingue tres periodos: 1978-1982, en los que comparte estudio con su hermano Diego. 1982-1995, que trabaja de arquitecto en el Ministerio de Hacienda; y desde 1995 hasta su fallecimiento en el que se dedica en exclusiva a su propio estudio fundando la empresa Taller de Arquitectura Cabezudo.

En su actividad se dedicó fundamentalmente a la vivienda colectiva de nueva construcción, además de edificios de oficinas, viviendas unifamiliares, rehabilitaciones de edificios y locales comerciales, así como algunos edificios singulares como la desaparecida Discoteca Tik, el edificio Social del Real Sporting de Gijón en Mareo, el conjunto parroquial del Buen Pastor cerca de aquí, o la rehabilitación del edificio Social de la Fundación San Eutiquio. La capilla Panis Vitae en la iglesia Mayor de San Pedro, fue uno de sus últimos trabajos, le hizo sentirse especialmente orgulloso y feliz en compañía del Padre Rupnik s.j. y de Javier Gómez Cuesta. En ese espacio magníficamente recuperado, tuvimos la suerte de celebrar la eucaristía con motivo de su sesenta cumpleaños.

Un arquitecto tiene la suerte de poder contribuir a hacer ciudad, “ese lugar donde habitan las emociones “como a él le gustaba definirla. Diseñando edificios, espacios y trazados urbanos, contribuyendo con incansable entrega a urdir el entramado de nuestras redes sociales, que no es otra cosa que el refugio donde anidan nuestros sentimientos, nuestras referencias inmediatas. Los gijoneses habitamos en una ciudad extraordinaria, y nuestra vida se desarrolla en un espacio urbano y arquitectónico que, sin que lo sepamos o lo recordemos, tiene ya la permanente huella de Chema en muchos de sus barrios, llamase el Cerillero o Viesques, el Llano o Jove. “Su mayor satisfacción era haber podido contribuir a la felicidad de los usuarios de los espacios por él diseñados”.

Nuestro común amigo Eliseo Soto nos decía en su artículo sobre Chema que ”fue sin duda un gran arquitecto. Su arquitectura huía de lo superfluo, eliminaba elementos innecesarios para centrarse en la sobriedad. Arquitectura de líneas, sin estridencias, cuyo resultado final era bello por su funcionalidad y de discreta pero elegante sencillez y gran nobleza. Tal cuál fue su vida.”

En su etapa en el Ministerio de Hacienda fue responsable de la nueva implantación del catastro urbano en Gijón y en Carreño, ponente de la Junta Territorial de Valoración Inmobiliaria de Asturias, y vocal de la Junta de Ponentes de España representando a Asturias. Fue miembro en dos etapas de la Junta de Gobierno del Colegio Oficial de Arquitectos de Asturias. Estaba orgulloso de su paso por el Ejército del Aire, donde hizo la Instrucción Militar de la Escala de Complemento con destinos en la Escuela General del Aire de San Javier, Base Aérea de Tablada-Sevilla y Escuela de Especialistas del Aire de León, alcanzando el empleo de Teniente de la Escala de Complemento del Arma de Aviación.

Si bien su actividad como arquitecto conllevó a lo largo de toda su vida una importante presencia pública y la huella de sus trabajos han quedado repartidos por el solar de su Gijón del alma, dos aspectos de su trayectoria vital creo que completan su arraigada personalidad pública: la Compañía de Jesús y los Amigos.

Fue un fiel colaborador de la Compañía de Jesús, trabajando en los diferentes encargos que le fueron encomendados: Antiguos Alumnos, de los que fue Presidente de este Colegio de la Inmaculada; de la Federación Española de Asociaciones de Antiguos Alumnos y de la Confederación Europea. Coordinador de la Red Ignaciana Asturiana, a través de la cual tuvo una presencia pública muy relevante como portavoz autorizado de la Compañía de Jesús en Asturias, ante los medios de comunicación; y Consejero de la misma al ser miembro de la Consulta Apostólica de Asturias. “Agradezco la permanente y generosa confianza que la Compañía ha depositado siempre en mí”.

Pero si algo fue Chema fue un “cultivador de la amistad” y la prueba es todos los Amigos que hoy estamos aquí para rendirle recuerdo y memoria. Todos los viernes del año, desde el mes de junio de 1999 del siglo pasado como le gustaba decir, “no tanto por el tiempo transcurrido, si no por los momentos tan intensos que habíamos compartido en el grupo de amigos”, comíamos juntos en la conocida como Tertulia de los Viernes. Uno enfrente del otro. Fondo norte/ fondo sur. Mesa, mantel y plato del día durante casi mil días, testigos de largas conversaciones, discusiones, cánticos, excursiones, alegrías y penas. Viernes tras viernes, año tras año, quince años de nuestras vidas.

Un largo trecho de amistad y encuentros que tuvo punto y aparte el pasado 16 de enero. Aquel viernes, frío, ventoso y lluvioso, Chema llegó envuelto en su gabardina negra. Nos sorprendió su aparición, su sonrisa dibujaba su rostro ya algo desmejorado. En la disposición de los comensales alrededor de la mesa, me pidió sentarme a su lado.

Una vez tomada la comanda con su habitual socarronería, le pregunté: “¿Cómo te acercaste con el mal día que hace?..... ¿Qué tal estás?” “Me encuentro bastante bien, el lunes inicio una nueva sesión de quimio y no sé cuándo voy a poder volver a veros……y me apetecía estar con vosotros hoy”. Poco más de un mes después, Chema, dejaba ligero de equipaje este lado de la orilla para ir al encuentro de su “Papá Dios”, dejando un vacío entre nosotros difícil de ocupar.

Me gustaría destacar de él esa voluntad todavía presente en muchos de los miembros de la Compañía de Jesús y que en él, creo, estaba especialmente viva: SERVICIO sin jornal y en silencio; una voluntad de ORACIÓN, de ENTREGA, a la incomprensibilidad de Dios; de serena aceptación de la muerte en cualquier forma que venga, una voluntad de seguimiento a JESÚS CRUCIFICADO. Así nos lo transmitió muchas veces durante los dos últimos años y este testimonio de Fe público no debe de quedarnos nunca en el olvido cuando le recordemos.

Posiblemente esa Fe contribuía de una forma especial en su optimismo del que fuimos testigos durante el tiempo de su enfermedad. Leyendo estos días algunos textos del padre Arrupe, una de sus referencias jesuíticas, me encontré con una frase que creo resume bien esa espiritualidad que Chema nos transmitió “Dicen que soy optimista y lo creo. Me parece una gracia de Dios en estos momentos tener un temperamento optimista. La razón de ser de ese optimismo es que yo tengo una gran confianza en Dios. Y estamos en sus manos”. Les suena….

Nuestro compañero de tertulia, el periodista, Francisco García dice, que “cada minuto que pasa está más convencido que todo lo que hizo con nosotros y por nosotros en los últimos meses, el último cumpleaños, la última comida en la tertulia, esta “necrológica” en vida tenía su sentido, un fin por él previsto, un anuncio. Creo que había un mensaje en todo eso que ahora nos toca desentrañar”.

Hemos perdido todos, una parte del pegamento que nos unía, tenemos que esforzarnos en trabajar para que no todo se despegue….por las ausencias…….por los silencios……por Chema.

Termino como inicie esta intervención, volviendo a la prensa escrita que tanto le gustaba. El domingo 22 de febrero de 2015, su fallecimiento fue información de portada en los diarios asturianos “Fallece el arquitecto Jose María Cabezudo”. El nacimiento y la muerte de Chema, para siempre recogido en las efímeras páginas de un periódico, para siempre en las hemerotecas, para siempre entre nosotros.

 

Chema Cabezudo, creyente

Javier Gómez Cuesta

Cultivo una rosa blanca

En junio como en enero,

Para el amigo sincero,

Que me da su mano franca.

Con estos versos del cubano José Martí (ahora que nuevamente Cuba y los alumnos de los jesuitas en aquella isla del Caribe están de actualidad) quiero comenzar mi aportación a este homenaje que le tributamos a José María Cabezudo.

“Cultivo una rora blanca”: el color blanco era su color preferido, el que más le gustaba.

Cuando llegué a Gijón, fue Chema una de las primeras personas que conocí. Me regaló una primorosa acuarela de Pepe Cuervo Viña de la iglesia de San Pedro con ese entorno de mar y cielo que la hacen única. Me hizo este comentario: en las acuarelas de Viña, los blancos son muy bonitos, no son pintados, son “al natural”. En la decoración de su arquitectura, predomina el blanco; blanca es su casa marinera… , blanca era su amistad, blanca era su alma, diáfana. De él, también se puede decir aquella alabanza de Jesús al apóstol Natanael que cuenta Juan en su evangelio: “Ahí tenéis a un (israelita) gijonés de verdad, en quien no hay engaño”

A mí me hace bien recordarle. El recuerdo de las personas buenas despierta y sostiene en nosotros los mejores sentimientos. La semántica del verbo recordar es muy sugestiva: “recordare”, volver a darle el corazón, a gustar su amistad, es darnos una corazonada, decirle, decirnos en esa presencia espiritual, y por eso muy real, del amor del corazón, que nos queremos, que no nos olvidamos, que aquella relación continua, sigue viva.

Hoy lo hago con gozo, con nostalgia, pero con ánimo. Hace tres meses, en su funeral, la tristeza se condensaba en lágrimas que me empañaban los ojos y se me cerraban.

Poco a poco, como a los de Emaús, se me han ido cayendo esas escamas y ya veo esa raya verde que dibujan algunos atardeceres el cielo y el mar en el horizonte. Es la señal de la esperanza.

Se me ha encomendado hacer una pequeña reseña de Chema como creyente. Es la dimensión personal más delicada. Hay asomarse con sumo respeto y descalzo al santuario íntimo donde se dan cita el misterio de la persona y el Misterio de Dios, allí donde estos se suman y se iluminan o, por el contrario, pugnan y se oscurecen.

No voy a hacer la agiografía de Chema. No me lo permitiría. Y además porque Chema no fue un cristiano, un seguidor de Jesús de Nazaret de visiones, de ritos, de procesiones, medallas y escapularios que es lo que suelen contar muchas vidas populares de santos. Pertenecía, más bien a esa facción de los que habló el P. Rahner cuando insinuó que “El cristiano del futuro será místico o no será cristiano”. Sin asustarse, místico es el que siente a Dios dentro de sí y se deja conducir por él. Fue un creyente sincero, de convicciones, de ADN, sin aditamentos ni colorantes, de fe blanca al natural, como los blancos de la acuarela de Viña, no pintados, no postizos.

Cuando se califica a alguien como creyente este adjetivo suele utilizarse como acepción sociológica: aquel que es de tradición, formación y cultura cristiana. Chema lo era, por familia, por formación, por gusto y saber de esta cultura. Recuerdo un viaje que hicimos juntos a Roma con motivo del mosaico de la capilla “Panis Vitae” de San Pedro del jesuita Marko Rupnik en el que puso tanta ilusión. Un viaje inolvidable. Con él, no solo se admiraba el arte arquitectónico y o pictórico, sino que daba gusto escucharle la explicación de la teoría ideológico-teológica que había detrás y que justificaba las líneas, los colores y los espacios y la fuerza espiritual que manifestaba cada obra.

El denominativo creyente tiene sobre todo un contenido más existencial, más personal. Es “creer en Dios”, que es mucho más que creer en verdades y dogmas que a veces torturan y zancadillean nuestra limitada razón aunque estos los consideremos revelados. Dios no es inteligible, es sublime. Tampoco es creer sumisamente porque así la Iglesia nos lo enseña.

“Creer EN Dios” es poner toda la confianza en Alguien, es como tener dentro, en lo más profundo del ser, Aquel en quien se cree, o mejor, es estar metido, sumergido, en el Otro como siendo algo de él. Es aquello de san Pablo en el areópago de Atenas cuando le habló a los intelectuales atenienses del Dios desconocido: “A nadie deja el Misterio sin noticias de sí, no está lejos de nosotros, porque en él vivimos, nos movemos y existimos”. Podemos hablar de Dios, no porque sabemos que existe, porque sabemos cosas de él, sino porque le llevamos dentro. Como decía San Agustín: “amor meus, pondus meus”. Dios es principalmente Presencia que está en el más íntimo de mi ser y tiene su fuerza de gravedad al revés, en sentido contrario de la física, hacia lo alto, que motiva e impulsa esos deseos buenos de MÁS… más amor, más justicia, más solidaridad, más paz, más alegría, más perfección, más belleza… que sentimos y experimentamos en el hondón del alma y sintiéndolos tenemos sensaciónde felicidad, de serenidad, de trascendencia. Es lo que nos apunta San Ignacio con el “Deus semper maior”. En esa sintonía de los dos misterios, el suyo y el nuestro, quedamos sublimados. Santa Teresa lo expresa hablando de ese “cielo pequeño de nuestra alma, donde está Dios”

Con este preámbulo, quisiera acercarme con admiración a una actitud de Chema que pudo desconcertarnos a todos, y que incluso su Iciar no acababa de entender. Hablé con él muchas veces de cosas, aspectos, actitudes con relación a la fe o de religión a largo de estos años. Pero tuvimos una conversación, en una situación límite, poco después de haber superado el primer envite de la enfermedad. En el transcurso de aquella larga conversación fue cuando me dijo: “No tengo miedo a la muerte, sé que estoy en las manos de Dios Padre; lo siento y lo vivo así, sé que él quiere lo mejor para mí…..” Le caían las lágrimas: “Lloro porque sé que esto sería un golpe muy duro para Iciar a quien adoro, para mis hijos, para los amigos, los que me quieren…, lo sé y por eso lo siento y lloro. Pero por mí, sé que estoy en las manos de Dios”. No era una bravuconada, ni mucho menos una alucinación. Ni tampoco que deseara morir. Quería vivir y luchó por la vida hasta el último instante. Pero si había que atravesar esa puerta, sabía quién le iba a recibir. Era un signo de la experiencia de Dios, de esa Presencia que nos fundamenta, que no es una gracia o milagro para algunos buenos, sino que todos llevamos esa Presencia dentro porque hemos sido creados a su imagen y semejanza.

Lo finito por sí mismo no tendría deseo de lo infinito si no se llevara dentro. Pero hay que abrirle las ventanas. Y eso fue lo que hizo Chema, le gustaban los espacios llenos de luz, amplios, sin estorbos, sin recovecos. Aquella conversación no la olvidaré. La fe era una manera de vivir y de morir en la confianza de otra forma de vivir con Alguien, en las manos de Alguien que te acogía con ternura de Padre. Le manaban las palabras y las imágenes del corazón como un rio de agua que brota serena, fresca, cristalina, lúcida, valiente.

De esta vivencia de fe y confianza en Dios, de este Dios que es amor le nacía su compromiso con las causas justas, su entusiasmo por las obras solidarias, su eclesialidad, con una visión de la Iglesia de vanguardia, de frontera, de misericordia.

Como arquitecto, disfrutó en la elaboración del proyecto del templo parroquial del Buen Pastor. Era la ocasión de plasmar gráficamente su idea de lo que debiera ser la iglesia en la sociedad y para la sociedad. Pretendía, cuidando todos los detalles, no solo encontrar las formas en las que la belleza reflejara la “gloria de Dios”, sino también que las personas que en ella se reunieran como “ecclesia” se encontraran a gusto, fraternas, donde se respirara esa Presencia de Dios que acoge, que perdona, que comprende, que ilumina el corazón. Así era la Iglesia en la que él creía y por la que él suspiraba, de la que quería ser testigo. Sé que la elección del Papa Francisco, que abre un nuevo capítulo de la historia, le entusiasmó.

Personas como Chema han provocado en mí que una verdad e nuestra fe de las que confesamos en el Credo, la de “Creo en la comunión de los santos”, se transforme en vivencia. Dios es amor. Y ese amor circula, se expande por todos los que son de Dios.

Por los que estamos aquí y por los que están en la Casa de Padre. Nos seguimos amando. Nos siguen queriendo. No los podemos olvidar. Hay un punto cero de encuentro sacramental con ellos. Es en la Eucaristía. Desde siempre, la liturgia nos invita a tenerlos presentes y a sentirlos en comunión cercana de vida con nosotros. Allí se hace verdad que “el amor es más fuerte que la muerte” El de Chema, creyente “al natural” y amigo de mano franca, para mí lo es. Para él cultivo todos los días la rosa blanca.

 

 

Chema Cabezudo, laico ignaciano

Ignacio Menendez Fernández

Desde que hace unas semanas el P. Inocencio Martín nos anunció e invitó a participar en este acto de homenaje a Chema, está bien marcado en nuestras agendas el 15 de mayo: Festividad de san Isidro labrador. Más allá del envoltorio castizo, san Isidro vivió tiempos convulsos en los que Madrid oscilaba entre lo árabe y lo cristiano, convirtiéndose en el primer laico casado en ser llevado a los altares, canonizado siglos más tarde el mismo día que Felipe Neri, Teresa de Jesús, Francisco Javier e Ignacio de Loyola. Y también hoy es el día Internacional de la Familia y se cumplen 124 años de la publicación de la encíclica Rerum Novarum, que marca la dimensión social de la Iglesia y de la fe desde entonces. No está mal el día: un laico casado santo; en familia; con Ignacio, Teresa y Javier; y recordando la dimensión social de la fe. Un buen marco para hacer una semblanza de Chema. O mejor aún, un recuerdo.

Porque recordar dice el DRAE que es “traer a la memoria” y el recuerdo en la “memoria que se hace de una cosa pasada”. Sin embargo, el uso ha olvidado su etimología según la cual recordar es volver a pasar o volver a poner en el corazón. El recuerdo es aquello que vuelve a sentirse. Hoy, 15 de mayo, han pasado 83 días, pero ninguno de esos días ha faltado el recuerdo. Permitidme compartir humildemente con vosotros un recuerdo agradecido por tanto bien recibido y compartido con Chema.

Tengo que reconocer que del comienzo de su recorrido como laico ignaciano solo puedo hablar de oídas, pero tampoco Chema era consciente de que estaba en ese camino. Cuando en la década de 1960 corría por los patios de este colegio o ejercía de jefe de fila junto a Higinio; cuando se despedía el mes de mayo de 1971, junto con sus compañeros, de la Virgen Inmaculada y recibía una insignia cantando el himno (ya le daba al bel canto), Chema no era aún consciente de la importancia de lo ignaciano en su vida. Ni de lo importante que sería su servicio y colaboración con la Compañía de Jesús.

Concluida su formación e iniciada su andadura familiar y profesional, Chema regresa a finales de los 80 como vocal de la asociación de antiguos alumnos, y junto con Iciari como padres de alumnos (primero Chema y luego Javi) y también juntos en el coro de la APA. El P. Isidro González Modroño, entonces rector del colegio, le pide que acepte presidir la asociación de antiguos alumnos. En ese momento comenzó un camino de disponibilidad que siempre le ha caracterizado. Tuvo muy claro desde entonces que su labor era estar disponible para colaborar con la Compañía de Jesús allá donde fuera más necesario.

Su labor en el movimiento asociativo de los antiguos alumnos SJ fue siempre mucho más allá de sus recuerdos colegiales y de sus queridos compañeros de promoción. A ellos los cuidó y reconfortó en no pocas ocasiones, sobre todo cuando desde su despacho (en el que tantos proyectos se fraguaron, más allá de lo profesional) impulsó el reencuentro de sus compañeros con ocasión de las bodas de plata como antiguos alumnos en 1996. Pero Chema siempre tuvo claro que era imprescindible la apertura. Por eso, sin ignorar la importancia de sus raíces y de su etapa colegial, se abrió a la colaboración con otras asociaciones y obras SJ de Gijón y de Asturias, llegando a fraguar un compromiso en forma de becas y voluntariado con Honduras, en colaboración con los padres Joaquín Barrero y Santi Nájera.

En nuestras a veces interminables horas de coche o de aeropuerto camino de reuniones y encuentros de antiguos alumnos por medio mundo, pude aprender de él lecciones de disponibilidad (incluso cuando no se sintió del todo correspondido) y de generosidad, en lo material y en lo personal. Porque a lo largo de toda su vida Chema encarnó la máxima ignaciana de poner más en las obras que en las palabras. No en vano su ponencia en el Congreso Europeo Antiguos Alumnos SJ, celebrado en Oxford en 1996, se tituló “Hechos, no palabras”.

Para entonces, su servicio a la Compañía de Jesús desde el compromiso con los antiguos alumnos le había llevado a la presidencia de la federación española (entre 1994 y 2003), desde la que impulsó encuentros que fructificaron en los congresos nacionales para dinamizar el movimiento asociativo de los antiguos alumnos más allá de sus respectivos centros, que se celebran con carácter bienal desde el de Sevilla en 1998. Y entre 2002 y 2005 preside la Confederación Europea, celebrando espacialmente el 50º de la misma en Roma y el Congreso Europeo de Lisboa.

A lo largo de todos esos años no descuidó su colaboración con el entorno más inmediato, y al apoyo de Chema le deben mucho los Encuentros de las Artes y las Culturas desde 2001 y el Foro Arrupe Asturias, creado como lugar de encuentro de la familia ignaciana para coordinar actividades, analizar la realidad y organizar actividades culturales y de formación.

Desde los años 90 Chema forma parte de los distintos órganos de la SJ, colaborando en el proyecto apostólico local. Primero como único laico entre jesuitas directores y responsables de obras, dando a veces alguna humilde “lección” de cooperación. Y desde 2007 la Red Ignaciana de Asturias como instrumento de comunicación. La mayoría de los que estamos aquí recibíamos una información exhaustiva y en el tiempo de su enfermedad, los correos de la RIA eran termómetro de su evolución.

El P. Arrupe pidió a la educación SJ que formara “hombres para los demás”. Esta formulación se desarrolló en posteriores documentos con las “C” ignacianas: “hombres y mujeres competentes, conscientes y compasivos, que buscan el mayor bien a través del compromiso con la fe y la justicia”. Por eso Chema es un laico ignaciano.

Y en su última etapa vivió más que nunca la espiritualidad ignaciana, que no está dentro de los muros de una iglesia, sino en el encuentro con Dios en todas las cosas, haciendo suyas las palabras del P. Arrupe, cuando ya enfermo se despedía de sus compañeros: “Me siento más que nunca en las manos de Dios. Les aseguro que saberme y sentirme en sus manos es una profunda experiencia”. Eso nos transmitió Chema, abriéndonos el corazón para que siempre, cada día, lo recordemos volviendo a ponerlo en nuestros corazones.

Muy justo es este homenaje que hoy rinde la Plataforma Apostólica de la Compañía de Jesús en Asturias. Al fin y al cabo, supo convivir con los jesuitas, algo nada fácil a juzgar por el dicho: “tres jesuitas, cuatro opiniones”. Pero igual de justo es compartirlo con su familia, especialmente con Iciar, que aunque no siempre muy convencida, fue el respaldo y apoyo para esta aventura ignaciana de Chema.

Para terminar, invitaros a recoger el testigo de Chema, no es su tarea sino en su forma de hacer y de ser, que se resumen en otras tres “C”. En su tarea fue un concienzudo Cabezudo, hasta ajustar el pdf a la perfección; en su defensa de la justicia fue un corajudo Cabezudo; y en su amistad, si me permiten la licencia, un cojonudo Cabezudo. Ojalá recojamos su testigo y seamos todos un poco Cabezudos.

Muchas gracias a la Compañía de Jesús, a su familia y a todos por vuestra paciencia.

 

(LA NUEVA ESPAÑA)

Chema, pienso en ti

Recuerdos de infancia y madurez con un amigo entrañable al que hoy se rinde homenaje póstumo

Alfonso Peláez

Querido Chema: aunque estaré en espíritu hoy no puedo acudir a nuestro colegio al merecidísimo homenaje que la Compañía de Jesús te tributa a partir de las siete de la tarde. Me acuerdo cuando eras "dignidad" de la capilla y me otorgabas el privilegio de tocar la campanilla... a condición (pues siempre fuiste muy prácticu) de que leyese al final, desde el púlpito, la oración del día. Te estoy viendo de pantalón corto comandando las filas en los "tránsitos" y no se me olvida cuando me pediste, con esa cara de niño bueno que siempre te acompañó, que jugara los sábados con vuestro equipo de ese coñazo llamado, entonces, balonvolea... obviamente dije que sí.

Compartimos algún pacato guateque, alguna tarde en El Jardín, ejercicios espirituales en Celorio y en El Bibio y viaje de estudios a París...

Pero ¿sabes?, lo bueno vino después, ¡qué amigos nos hicimos! Qué bien lo tenemos pasado juntos, qué confianza para absolutamente todo nos teníamos; cómo me ayudaste en todos y cada uno de mis libros, cómo luchamos, a brazo partido, hasta el último aliento contra esa maldita leucemia.

Acabo ya recordando cuando a diario (pues siempre teníamos algo que comentar o que decirnos) te llamaba, a pesar de que pasabas siempre a primera hora por la droguería, al estudio y tu respuesta siempre era la misma: "Alfonso, qué me dices" con esa entonación alegre y sonriente que tengo grabada a fuego.

Decía el P. Arrupe que deberíamos ser hombres para los demás... tú lo conseguiste con creces.

Compañero y amigo del alma, ya lo sabes, a diario pienso en ti.

(LA NUEVA ESPAÑA)

El arquitecto que no temía a la muerte

La comunidad jesuita rinde homenaje póstumo a Chema Cabezudo, "un cultivador de la amistad" y "un creyente sincero" que "puso más en las obras que en las palabras"

Francisco GARCÍA

"No tengo miedo a la muerte, sé que estoy en manos de Dios Padre; lo siento y lo vivo así, sé que Él quiere lo mejor para mí". Poco después de haber superado el primer envite con la cruel enfermedad que le derrotó tras enconada lucha, el arquitecto José María Cabezudo, homenajeado ayer en el colegio de la Inmaculada, su colegio, por la comunidad jesuita, derramó lágrimas en sentida conversación con el párroco de San Pedro y enorme amigo, Javier Gómez Cuesta. "Lloro porque sé que sería un golpe muy duro para Iciar, a quien adoro, para mis hijos, para los amigos, los que me quieren... lo sé y por eso lloro. Pero, por mí, sé que estoy en la mano de Dios".

Las palabras de Gómez Cuesta apretaron ayer un nudo en la garganta de un auditorio reunido en el gimnasio de la Inmaculada en recuerdo de Cabezudo, del arquitecto, del creyente, del laico ignaciano, del amigo...

Quien cultivó la amistad como quien cultiva rosas blancas en un jardín de eternas primaveras debió escuchar ayer, desde algún cielo, las palabras pronunciadas por tres amigos del alma, por tres contertulios de este gigante Cabezudo que tanto aportó a su familia, a sus próximos, a Gijón y a la Compañía de Jesús.

Javier Gómez Cuesta hizo brotar lágrimas desde el inicio de su sentido parlamento. "El color blanco era su preferido. Cuando llegué a Gijón, fue Chema una de las primeras personas que conocí. Me regaló una primorosa acuarela de Pepe Cuervo Viña de la iglesia de San Pedro, con ese entorno de mar y cielo que la hacen única".

"En la decoración de su arquitectura predomina el blanco: blanca es su casa marinera, blanca era su amistad, blanca era su alma, diáfana". Gómez Cuesta glosó la figura del Chema creyente, que "no fue un cristiano, un seguidor de Jesús de Nazaret de visiones, de ritos, de procesiones, medallas y escapularios. Pertenecía más bien a esa facción de la que habló el Padre Rahner cuando insinuó que el cristiano del futuro será místico o no será cristiano. Fue un creyente sincero, de convicciones, de ADN sin aditamentos ni colorantes, de fe blanca y natural".

Luis Antuña, olímpico de las hemerotecas, recordó la primera alusión periodística a Chema Cabezudo, en una nota de sociedad de la "Hoja del Lunes" de Gijón del 18 de octubre de 1954: "Ha dado a luz un hermoso niño la distinguida esposa de nuestro querido amigo don Diego Cabezudo García. Tanto la madre como el recién nacido se encuentran en perfecto estado de salud". Aquel día, domingo, empató a uno el Sporting con el Felguera.

Hizo un recorrido Antuña por la biografía de Cabezudo, "un cultivador de la amistad" con quien compartió mesa y mantel en la Tertulia de los Viernes, o de Los Curas, desde el mes de junio de 1999. "Todos hemos perdido", recordó, "una parte del pegamento que nos unía. Tenemos que esforzarnos ahora en trabajar para que no todo se despegue, por las ausencias, por los silencios... por Chema". A la finalización del acto, el padre Inocencio Martín, máximo responsable de la Compañía de Jesús en Asturias, dio a conocer que Antuña, junto con Miguel Pérez e Inés García, se ocuparán ahora de atender la Red Ignaciana que Cabezudo dirigió hasta su fallecimiento, el pasado febrero.

Ignacio Menéndez, exdirector del Inmaculada y compañero de tantas fatigas, relató en la última intervención del homenaje el talante jesuítico de Cabezudo, tanto como presidente de la asociación de antiguos alumnos como responsable de la Red Ignaciana de Asturias. "Chema", señaló, "encarnó a lo largo de su vida la máxima ignaciana de poner más en las obras que en las palabras. De él aprendí lecciones de disponibilidad y de generosidad, en lo material y en lo personal".

Nacho Menéndez culminó su emotivo parlamento de la manera en que a Chema le habría gustado: con ese humor cínico que Cabezudo repartía entre sus amigos. El exdirector del colegio recordó las tres "c" ignacianas del Padre Arrupe: "Hombres y mujeres competentes, conscientes y compasivos", y las transformó en otras tres que cuadran también con el carácter del entrañable amigo homenajeado ayer por la comunidad jesuita. "En su tarea, fue un concienzudo Cabezudo, hasta ajustar el pdf a la perfección; en su defensa de la justicia fue un corajudo Cabezudo, y en su amistad, si me permiten la licencia, un cojonudo Cabezudo. Ojalá recojamos su testigo y seamos todos un poco Cabezudos".

Como punto final de esta jornada de recordatorio, Inocencio Martín hizo entrega a la viuda, Iciar Onzain, de una placa en la que queda memoria de una imagen de un Chema sonriente junto a otra del Padre Arrupe, al que tanto estimó, de quien tanto hablaba. El empeño de Arrupe en formar "hombres para los demás" se cumplió en Cabezudo, que así lo quiso y fue.

(EL COMERCIO)

"Era como su arquitectura, sencillo y discreto, y así nos dejó"

Familiares, amigos y compañeros rindieron un afectuoso homenaje a Chema Cabezudo, fallecido el pasado mes de febrero

OLAYA SUÁREZ

"Un arquitecto tiene la suerte de poder hacer ciudad, de constituir las redes sociales en los que anidan los sentimientos. Chema contribuyó a ello con una arquitectura discreta y sencilla, tal cual era su vida y tal cual se fue". Aunque todos los que tuvieron la oportunidad de conocer a Chema Cabezudo lo recuerdan con su eterna sonrisa dibujada en la cara, ayer a muchos les costó contener las lágrimas cuando sus amigos y compañeros esbozaron su semblanza en el homenaje organizado por la Plataforma Apostólica Local de la Compañía de Jesús cuando están a punto de cumplirse los tres meses de su muerte.

La viuda, Itziar, su hijo Chema y su hermano Diego, estuvieron arropados en el acto que se celebró en su adorado colegio de la Inmaculado -fue presidente de los antiguos alumnos entre 1989 y 2008- por los muchos amigos a los que Chema "ha dejado un enorme vacío difícil de llenar".

Uno de sus íntimos, Luis Antuña, lo definió como "un cultivador de la amistad, una persona con una enorme fe y un gran arquitecto". Se le quebró la voz al recordar ante el público la última vez que Cabezudo acudió a la comida de la tertulia de los viernes, a la que no faltó durante quince años. "Llovía y lo vimos llegar con una gabardina negra; cuando le pregunté por qué había venido con el día tan feo que hacía, me contestó que a los pocos días le daban una nueva sesión de quimioterapia y no sabía cuándo iba a poder volver...", dijo. No volvió a su cita de los viernes, pero a diario lo recuerdan "por lo mucho que dio en vida". Y no solo por sus obras -como la discoteca Tik, la remodelación del San Eutiquio o la capilla de San Pedro-, sino por las enseñanzas vitales y el cariño que transmitió durante sus muy vividos 60 años.

Foto Angel