Noticias / Miguel Mingotes (p.1975) recuerda a Jovellanos
Esta Noticia fue editada el: 28-11-2013

Miguel Mingotes (p.1975) recuerda a Jovellanos max-width=

(EL COMERCIO)

Viaje al Gijón del siglo XVIII

JESSICA M. PUGA

La sala principal del Antiguo Instituto se llenó para escuchar al artista, poeta y colaborador de EL COMERCIO

Mingotes leyó anotaciones de los 'Diarios de Jovellanos' con su habitual sentido del humor

Más de doscientos años han transcurrido desde que Melchor Gaspar de Jovellanos escribiera en sus diarios cómo era su vida cotidiana en su ciudad natal. Muchas de sus anotaciones fueron ayer recordadas por Miguel Mingotes, colaborador de EL COMERCIO, en el Antiguo Instituto dentro de la iniciativa 'Jovellanos en Gijón'. Un salón lleno hasta la bandera descubrió cómo era su ciudad a finales del siglo XVIII, en pleno Siglo de las Luces, y cómo la vivía el ilustrado gijonés por excelencia.

Entre canciones -a cargo de Enrique Morán-, representaciones teatrales -con la participación de Chencho Mingotes, hermano del presentador- y abundantes bromas entre anotación y anotación, Miguel Mingotes narró la vida de Jovellanos entre los años 1794 y 1797. Usó para ello los dos primeros tomos de los 'Diarios de Jovellanos', editados en 1994 por el Ayuntamiento de Gijón y el Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII.

Un total de cuatro años conservados en papel, en los que el prócer describía también sus preocupaciones y los temas que por aquel entonces afectaban tanto a Asturias como al resto de España. Jornadas de campo con amistades, paseos a caballo por el muelle, el Picu San Martín, Aboño o Candás, días dedicados a misa y otros muchos a sus estudios en el Instituto copaban gran parte de la agenda del ilustrado en esos años. «Magnificas vistas de la villa de Gijón, de sus parroquias, sus montes y el ancho mar al frente», narraba Jovellanos en el verano de 1793, ante unas casas que lejos aún de formar una ciudad, se distaciaban de las pequeñas aldeas «con prados plantados alrededor y una espesa niebla sobre ellos». Días también de mayor tranquilidad eran disfrutados por Jovellanos en aquella época. «He amanecido temprano, a las cuatro y media, para ir a la Iglesia pero estaba cerrada. De vuelta a casa, un chocolate caliente», escribía en una época en la que aún no había cafeterías. «No estaba aún el Dindurra, de haber estado seguramente Jovellanos sería un asiduo cliente», apostilló Mingotes, al tiempo que recordó a los trabajadores y a los clientes del café recién cerrado.

«Leyendo su obra, algo que Jovellanos y yo tenemos en común es que nos gusta pasear por la playa y recoger lo que encontramos en ella. Yo encuentro conchas, un móvil estropeado en la orilla y una vez una moneda de dos euros; él, en octubre de 1794, encontró restos de un navío francés», concluyó entre risas Mingotes.

Foto Angel