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Esta Noticia fue editada el: 11-05-2014

Pachi Cuesta presenta su libro, Jesuita y entrenador de baloncesto max-width=

«He tenido hijos a punta pala. Todos ellos me han hecho muy feliz»

ÓSCAR CUERVO

«El Gijón Baloncesto seguiría existiendo si se hubiese apostado de verdad por la cantera. Su desaparición me dio muchísima pena»

"Jugaba al fútbol de defensa izquierdo y, la verdad, es que daba bastante leña. Entonces, en el Real Madrid, Pachín ocupaba el mismo puesto. Empezaron a llamarme así porque yo era merengue, aunque al final lo suavizaron y quedó, simplemente, en Pachi". Ángel Cuesta Ramos, Pachi Cuesta (San Martín de Torres, León, 1941), fue durante casi 30 años responsable de la sección de baloncesto del Colegio de la Inmaculada. Jesuita, alma de los campamentos de Santibáñez, enciclopedia del basket asturiano y fundador, junto a Dioni Viña, del Gijón Baloncesto, publica ahora el libro Jesuita y entrenador de baloncesto, en el que repasa sus múltiples vivencias en los banquillos, un hábitat en el que se transformaba y por el que, recuerda entre risas, llegaron a llamarlo el «cura ateo». Ahora expone sus experiencias en negro sobre blanco a favor de la casa de acogida a madres gestantes de La Guía, publicación que presentará el jueves, a las 19.30 horas, en el Palacio de Congresos del recinto Luis Adaro.

-¿Qué se va a encontrar el lector en su libro?

-La historia del baloncesto en la ciudad a través del colegio de la Inmaculada, las dos cosas que me lo han dado todo en la vida. Han sido casi 30 años preparando a muchos chavales, de sacrificios que, al final, dieron muchísimas alegrías

-¿Qué tipo de sacrificios?

-Pues de no andar por ahí los fines de semana, bebiendo y fumando. También es necesario regular la vida sentimental, que a esas edades influye. Y mucho (ríe).

-En su libro recuerda la famosa Operación Sarampión...

-¡Es que las mujeres mandaban y mandan mucho! Para jugar había que pasar el sarampión, también con las chicas, que los chavales se enamorasen cuanto antes para que me dejasen un poco en paz (ríe). Así, iban a verlos jugar y metían alguna que otra canasta, aunque no siempre funcionase. Creo que fue una idea estupenda convertir en mixto al colegio. Los alumnos suavizaron desde que llegaron las chicas. ¡Antes eran demasiado brutos!



-Antes hablaba de sacrificio. ¿Se esforzaban los jóvenes de antes más que los de ahora?

-Yo creo que sí, en especial los chicos. Hay que renunciar a muchas cosas y uno no siempre está dispuesto a ello. Creo que las mujeres, hoy día, darían más cosas por el baloncesto, por el deporte en general, que los hombres.

-¿Tiene la culpa el fútbol?

-No, no. En absoluto.

-¿Entonces?

-La vida nocturna, las salas de juegos...

-Luego llegan los padres y castigan a sus hijos sin poder ir a entrenar.

-Utilizar ese arma es un error. Tiempo atrás convencí a los padres de que no era una buena idea. En vez de venir aquí, pueden acabar yendo al bar a beber o, lo que es peor, caer en el mundo de las drogas.

-¿Y las notas?

-De eso ya me encargaba yo. Les dejaba bien claro que para jugar al baloncesto había que ser bueno en todo. En los estudios, obviamente, también. Y así fue. Todos los jugadores a los que dirigí sacaron buenas notas. Sabían que si no se aplicaban, no jugarían.

El meneo a Pablo Laso

-Fue fundador, junto a Dioni Viña, del Gijón Baloncesto. ¿Qué recuerdo tiene de aquellos años?

-Se puede imaginar. Fue algo que hice encantado. Fueron unos años muy buenos, en los que salieron jugadores impresionantes. Aún recuerdo el meneo que los chavales le dieron al Colegio Viator (de Vitoria), donde jugaba Pablo Laso (actual entrenador del Real Madrid). ¡Aún debe de estar buscando la pelota!

-Pero aquella generación no sirvió para que al Gijón Baloncesto llegasen los éxitos.

-Prefirieron apostar por la gente de fuera. Las vacas sagradas hicieron que se despidiese al entrenador por aquel entonces, Ed Johnson, que empezaba a poner a los jóvenes. Veían peligrar sus puestos de titular. Por algo sería, ¿verdad? Consiguieron traer al entrenador que querían, que no miró a la cantera, y pasó lo que pasó. Creo que el Gijón Baloncesto seguiría existiendo si se hubiese apostado de verdad por la cantera. Su desaparición me dio muchísima pena.

-Como entrenador, ¿qué trataba de inculcar a sus jugadores?

-Que fuesen luchadores. Que se entregasen. Son valores que, como el compromiso, la puntualidad y el sacrificio, terminan calando.

-¿Qué consejo daría a los niños y niñas que empiezan ahora a jugar a baloncesto?

-Que para ser el mejor en baloncesto, hay que ser el mejor en todo. El mejor hijo, el mejor estudiante. Después, sacrificarse por el deporte. Entrenar, entrenar y volver a entrenar. No hay más misterio que ese.

-¿Y a los entrenadores?

-Que tengan claros sus objetivos. Deben apretar a los chavales, pero también han de tener psicología con ellos, mucha mano izquierda.

-Por su sala de máquinas -un pequeño despacho situado junto al polideportivo- pasaron cientos de niños. Son muchos los que le admiran y profesan un gran cariño.

-Hace poco me decían que, tras publicar el libro, solo me faltaba tener un hijo. No lo veo así. Creo que he tenido hijos a punta pala, todos ellos me han hecho muy feliz, todos me dieron un montón de satisfacciones. Siempre. A muchos de ellos los casé yo, y, además, celebré los bautizos de sus hijos.

-Todo ello, a pesar de las voces que les pegaba cuando no jugaban como debían.

-(Ríe). Siempre viví con mucha intensidad los partidos. Me acuerdo de una vez, cuando, jugando muy mal, pegué una patada al banquillo, que se desplazó. Alguien que estaba a mi lado no se dio cuenta y, al sentarse, terminó cayéndose de espaldas.

-Pero también hubo alguna que otra bronca a sus pupilos.

-¡Claro! Otro día, jugando fatal contra un equipo leonés, que nos estaba pegando un repaso tremendo, les pregunté en el descanso, después de pegar un puñetazo sobre la mesa, si no les daba vergüenza que unos cazurros nos estuviesen ganando. Alguno preguntó en el vestuario que, siendo yo de León, cómo podía hablar de cazurros... Pero, al final, salieron y, en el segundo tiempo, se los merendaron. Después vinieron del otro equipo a reprocharme por lo que dije de los cazurros. Les dije que yo también estaba orgulloso de serlo si ello significaba ser trabajador. No sé si les terminé de convencer del todo...

-Volviendo al libro, ¿fue difícil recordar tantas vivencias?

-Tengo que reconocer que lloré en algunos momentos. Algunos me llamaban el cura ateo -debido a la forma tan intensa con la que vivía el baloncesto-, pero recé por muchos jugadores que estuvieron bajo mis órdenes y que, ahora, por desgracia, lo están pasando francamente mal.

Foto Angel