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Esta Noticia fue editada el: 25-02-2014

Entrevista al P. Antonio Allende, SJ  max-width=

“La misericordia, o ayudar a vivir mejor”

Antonio Allende s.j. Director del Grupo de Comunicación Loyola y la editorial Sal Terrae

¿Por qué cree que el Papa mencionó precisamente el libro de La Misericordia, de Walter Kasper, en un Ángelus?
Creo que el Papa Francisco tiene como centro de su intención pastoral que los cristianos recuperemos la centralidad de la experiencia de Dios en nuestras vidas, no sólo las prácticas o las creencias sino la experiencia. Pero si queremos que el protagonista sea el Dios de Jesucristo, no un Dios abstracto, es necesario poner en el centro la misericordia divina, el ilimitado amor de Dios por sus criaturas. Ese es el punto de partida. De ahí surge todo lo demás: todo empieza con un acto de amor y nuestra experiencia, como cristianos, empieza por el reconocimiento
de ese amor de Dios manifestado de tantas maneras a lo largo de la historia y de nuestras pequeñas historias.

En realidad es el mismo camino que proponen los Ejercicios de San Ignacio, en los que el papa ha formado su espiritualidad: reconocer a Dios en todo y responder a su acción; «¿qué ha hecho por mí?» y «¿qué debo hacer yo?» son las dos preguntas que recorren toda experiencia cristiana. 

¿Cómo describiría esa misericordia divina de la que habla el libro?
Dios lleva a cabo, desde el principio, una acción en contra del mal. La compasión es el modo en el que Dios se opone y resiste al mal, que parece llevar la voz cantante en nuestro mundo. Esto no lo hace a la fuerza y con violencia.

Movido por su compasión crea sin cesar nuevos espacios de vida y nuevas posibilidades para el ser humano. Pero, especialmente, lo vemos en la pasión de Dios por el pueblo sencillo. Innumerables textos en la Biblia nos hablan de
un Dios bueno. Donde lo vemos especialmente es en las parábolas sobre el Padre misericordioso, el Buen samaritano y el hijo pródigo (Lc 10, Lc 15). En ninguna otra parábola describe Jesús la misericordia divina de manera tan magistral como en ésta. Con la parábola del hijo pródigo quiere decir Jesús: así como yo actúo, así actúa
también el Padre. En esta parábola, la misericordia del Padre es la justicia suprema. También cabría afirmar: la misericordia es la más perfecta realización de la justicia.


¿Por qué es la única capaz de
salvarnos, qué puede aportar
Dios que no pueden aportar los
hombres?
En el fondo es la pregunta por el sentido o el sinsentido de la existencia humana. La respuesta de la fe cristiana a esta pregunta no puede ser que nuestra vida se extinguirá al final, de modo semejante a como se marchita una flor
o se evapora una gota de agua. El amor de Dios, que por puro amor nos ha elegido y llamado a la vida y en virtud del cual Jesucristo se ha entregado por nosotros en la cruz, es definitivo y no puede acabarse, sin más, con la muerte. Sin embargo, la respuesta cristiana tampoco puede ser la expectativa de un final feliz conforme al lema:
«Tranquilos, que todo saldrá bien». Precisamente en su misericordia, Dios nos toma en serio; no quiere imponérsenos ni pasarnos por alto, ni a nosotros, los seres humanos, ni a nuestra libertad. Lo decisivo es, pues, la decisión que tomemos y la respuesta que demos a la oferta del amor recibido.


¿Cómo deberíamos practicar
los hombres esa misericordia?
Para la cultura contemporánea sería más fácil expresar este contenido en términos de compasión (o incluso empatía): Identificarse con la situación, con el mundo de sentimientos, pensamientos y experiencias existenciales de otra persona, ponerse en su lugar, a fin de entender su manera de pensar y actuar, es considerado hoy, en general, como condición indispensable de las relaciones personales exitosas y demostración de verdadera humanidad. Por otra parte, también en la actualidad hay numerosas personas para las que, en situaciones humanamente sin salida, en catástrofes inmerecidas, en devastadores terremotos, tsunamis o reveses personales del destino, la llamada a la compasión representa un último consuelo y un último sostén.

¿Y para nuestra vida diaria? La respuesta está en el número 274 de la Evangelii Gaudium: «Más allá de toda apariencia, cada uno es inmensamente sagrado y merece nuestro cariño y nuestra entrega. Por eso, si logro ayudar a una sola persona a vivir mejor, eso ya justifica la entrega de mi vida”. «Ayudar a las personas a vivir mejor», eso es la misericordia.


¿Sólo la religión católica habla de esta misericordia tal y como la
conocemos?
A pesar de muchas y profundas diferencias entre las distintas religiones existen también puntos de contacto y puentes para el entendimiento. El concilio Vaticano II afirma: «La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas
religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y las doctrinas que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres». Y puede ser, como ya afirmó San Agustín, que una de estas verdades sea la regla de oro (“No hagas a otro lo que no quieras para ti”). Esta regla de oro, sin embargo, ha de ser entendida por nosotros desde Jesús y su mensaje. Jesús la formula en el marco del Sermón de la montaña y, por ello, en el contexto del mandamiento del amor, que también incluye el precepto de amar a los enemigos.

 

Fuente: RIA, Red Ignaciana Asturiana.

Foto Angel